Andy Manuel Alemán Valenzuela

Siete ESTRELLAS

Disfruté al extremo el café que me tomé en la mañana. Estaba frío y yo tenía mucho calor. Era poco, sin embargo, no tuve que pedirlo; como tampoco pedí lo demás que igualmente disfruté. Me gustan los extraños. Son individuos de los que desconoces su pasado pero que pueden llegar a ofrecerte un colchón y un café. Prefiero lo interrumpido, lo leve y lo deslizable. No me gusta enamorarme, sin embargo, el colchón también lo disfruté. Esta vez, me eché casi todo mi perfume y salí acertadamente tarde. Me apetecían unos tragos y conversar con alguien. Estoy fumando demasiado y sé que debo dejarlo, pero me fascina incluso la sensación de asco que a momentos he sentido. Comencé mi viaje. La calle 23, siempre tan llena de gente y algarabía, esta vez no me robó la atención. Estaba nervioso y tenía fósforos para tan solo cinco de mis cigarros; cómo iba yo a fijarme en la multitud y el bullicio. La abstracción de los tragos se esfumó rápidamente pero mi intención de charlar con alguien sí se notaba a cada instante. Me gustan las alturas, pero apenas en un segundo piso sentía miedo. El primer cigarro, que siempre busco encender para relajarme, aumentó mis nervios. El primer beso, aunque lo negué para sonar experimentado y ligeramente desinteresado, sí estuvo muy bueno. Mis labios, como un niño cuando aprende a caminar, se resbalaban en su boca; y su lengua era todo un pañal ajustado.
Me dice mucho la voz de una persona. Logro saber cuándo me mienten, cuándo le gusto a alguien o cuándo quieren evitarme. Esta vez, el silencio me dijo más. Un cúmulo de deseos se hacía evidente, tan evidente que era yo quien trataba de evitar que las cosas pasaran. Permanecer callado y serio, da posibilidades a los demás de que observen mejor el relieve de tus labios. Ese día, tras el cuarto cigarro, logré entenderlo. Debió haber en la zona algún juego de domino, celebración o portones cerrándose, pero yo no escuché nada. En el segundo piso tampoco escuché nada. Sentía mi pecho expandirse y comprimirse con fuerza ante una promesa que debía cumplir desde hacía ya algún tiempo. El día antes había dormido un poco incómodo y trajo malos resultados sobre mi rodilla, que también se expandía y comprimía con intensidad. Pero poco me importó cuando se lanzó sobre mí y comenzó a batallar contra mi miedo. Las paredes de la sala comenzaban a sudar y nosotros con ellas. Detuve el ritmo e intenté tomar el control. Aún no sé cómo me fue con el beso. Mi mirada se dirigió directo a la habitación y con ella mi cuerpo, pero rápidamente retrocedí y me tumbé en el sillón del balcón en búsqueda de tranquilidad. No me gusta marcarme la piel y se lo comenté. Pero no se molestó en enseñarme su tatuaje. Realmente me encantaron las seis estrellas que marcaban el camino directo a una zona que quería mirar desde hacía ya un rato. Me atreví a pedirle café. Lo tomé acompañado de mi último cigarro y no se preocupó en esperar a que le diera las gracias. Nuevamente me amarró los labios y me estrujó el cuerpo de arriba a abajo. Asustado, quería parar aquella pe! lí ;cula pero terminé introduciéndome en ella completamente y me arrastró hacia el cuarto, pero esta vez, sin dejarme mirar siquiera.
Traía para cuidarme. Pero notó que podía preocuparme también por eso y se ocupó cómodamente. Aquella habitación se prestaba para cualquier ocasión. Estaba llena de sus cosas, decía mucho de su persona. Su música era una buena selección de Cristina Aguilera, algo que le quedaba bien con sus provocaciones y con sus gemidos tan incalculables. Estaba un poco más tranquilo, aunque los nervios continúan hasta hoy de forma inexplicable. Soy de los que piensan que cada relación nueva induce siempre una primera vez. A pesar de que no fuese aquello una relación, esa primera vez hizo que olvidara otras. Me gustó cuando su ropa calló al suelo. La mía quedó pegada a mi cuerpo por un poco más de tiempo hasta que no pude contenerme y la tiré al suelo, al lado de la suya. Empecé a deslizar mi lengua y mis manos por toda su delicada y experimentada piel. No le faltó tocarme nada. Bailó para mí. Yo también bailé. Traté de esmerarme para no quedar rezagado, pero no había manera de que le ganara en la pelea. Tenía el poder de respirar por mí. En cambio, yo abracé su cuerpo con fuerza a punto de estallar en mil pedazos por todo aquel cuarto. Me excitaba con su pelo, con su mejilla, con sus ojos; me excitaba con todo. Tenía los recursos para secuenciar lo que vendría después. Yo no hacía más que contenerme porque no quería que terminara aquello que un principio quería que se extinguiese. Entonces, mirando directo a un inmenso cuadrado de madera, expulsé como resultado del miedo, el café y la pasión, todo un río de sentimientos que provocó que nos riéramos juntos. Ganó la batalla. Yo gané más. Había prometido un beso al inicio de la noche. Decidí darlo y en ese momento, mis dedos ocu! pados, s intieron una conexión. Estaban dibujando una séptima estrella.
 

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Published on e-Stories.org on 12.07.2014.

 
 

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