Mabel Gonzalez

Cronicas Neuronales

Había una vez, una señora podriamos decirle “madurita”, que había nacido allá por el 1960 y que se llamaba Isabel. Vivía tratando de sobreponerse y sobrellevar cada cosa que le pasaba pero…sufria mucho.  Había tenido una vida muy complicada y poco feliz.   Y un día, en el mes de noviembre de 2014, tuvo una crisis muy importante que afectó su salud física y mental.  Fue entonces cuando su familia decidió internarla.
Isabel que no entendía lo que le pasaba, llegó a un lugar extraño.  Estaba en una sala donde había varias camas y pacientes.  No era un sanatorio al que podía estar acostumbrada, era algo totalmente diferente, una clínica neuropsiquiátrica.  En primera instancia Isabel fue llevada a una sala que se llamaba “cuidados especiales”, ubicada en el segundo piso de la clínica y que era el lugar donde llegaban todos los pacientes al internarse.  Isabel se sentía muy rara.  Sus pertenencias estaban guardadas en un armario con llave y solo podía acceder a buscar algo cuando quería cambiarse y con la supervisión de una enfermera.  El baño permanecía cerrado con llave, por lo tanto debía pedir permiso para que le abrieran cuando necesitaba usarlo.
A veces le permitían bajar para salir al patio de la clínica, pero generalmente tenía que estar acompañada por un guardia, nunca sola.  No tenía libre circulación ni permiso para moverse libremente.  Fue así que pasaron sus primeros cinco días en la clínica.  Poco a poco se fue acostumbrando.
Un día decidieron pasar a Isabel a una habitación en el primer piso.  Le asignaron la Nro. 1 y tendría una persona con quien compartirla.  Aquí los controles ya no eran tan agobiantes.  Si bien existían horarios en que no podía acceder a su cuarto y solo podía acercarse a la enfermería del piso a tomar la medicación, Isabel, aunque seguia sin entender que hacía en ese lugar, estaba un poco más contenta porque tenía un placard donde dejar sus cosas y una linda mesa de luz para sus libros y cosas más privadas.  Su nueva compañera era Lucy, una chica muy joven, comparable a la edad de la hija de Isabel, pero con la que no se sentía muy cómoda en algunos aspecto.  Especialmente cuando se disponían a dormir porque esta señorita no usaba ni siquiera una remera para cubrirse y a Isabel le resultaba un poco incómoda la situación, pero…tuvo que adaptarse.  Mas adelante llegaría un cambio de cuarto con nuevas compañías.
El cambio de habitación llegó cuando menos lo esperaba.  Esta vez el cuarto era más grande, la habitación Nro.6, y por lo tanto tenía capacidad para tres camas.  Isabel pasó entonces a compartir su vida con Marta y Analía, dos señoras más o menos de su misma edad con las que se sentía más cómoda.  Se organizaban para bañarse y nunca tuvo problemas de convivencia con ellas.  Marta tenia transtornos de personalidad y Analía sufría de depresión.
Sus días seguían transcurriendo, con controles médicos clínicos, psicólogos, psiquiátricos, neurólogos.  Le hicieron un electrocardiograma, un encefalograma, análisis de sangre y hasta un doppler de cuello.  Todo porque Isabel, ¿había tenido un síncope?  Ella desconocía lo que eso significaba.  Llamaban al episodio así, porque había sufrido un desmayo y no recordaba ni donde, ni como ni cuando se le había producido y lo cual podría ser el resultado de una lesión en el cerebro ó en el corazón.  Isabel había aparecido con un ojo negro y un fuerte dolor en el costado de su cabeza. 

Este golpe lo había tenido evidentemente en la casa de su prima, que fue donde la encontraron antes de internarla, pero Isabel no recordaba nada.  Estaba bueno que empezara a aprender y entender algo de lo que le pasaba aunque seguía un poco molesta por todo lo que le sucedía y ansiosa por saber lo que le habia pasado realmente.
Además de los controles médicos, Isabel tenía diferentes actividades, como terapia grupal, taller de cine y teatro, musicoterapia, actividad fisica y terapia ocupacional.  En éste último aprendió a hacer pulseritas en macramé,  cosa que disfrutaba mucho y le hubiera gustado tener esta actividad más veces a la semana.
Un día normal de Isabel se desarrollaba a partir de su despertar alrededor de las 7,00  am, en que solía tomar un baño. Luego bajaba a partir de las 7,30 hs al patio o al comedor para esperar el desayuno que se servía a 8,30 hs. Después del desayuno, solía pasar el tiempo escribiendo o haciendo actividades para usar su cerebro (sudoku, palabras cruzadas), hasta el horario de actividad física que era alrededor de las 10,00 hs. y que hacía aproximadamente por una hora todos los días excepto los domingos.  Luego llegaba el almuerzo a las 12,30 hs. y a partir de las 13,30 hs. podía subir a su cuarto a descansar, bañarse y/o cambiarse.  Algunos días tenia algún taller a las 15.00 hs y luego se servia la merienda a las 16,30 hs.  Luego de la merienda también solia escribir o recibir visitas o pintar mandalas para pasar el tiempo hasta las 20,00 hs. hora en que servia la cena.  A partir de las 22.00 hs. había que retirarse a dormir excepto los fines de emana que el horario se extendía hasta las 23.00 hs.
Las sesiones on su psiquiatra Marta y su psicólogo Sebastián tenían lugar entre dos y tres veces por semana con cada uno.  Los encuentros con Marta eran los lunes, miércoles y viernes y si bien Isabel hablaba de todo lo que le pasaba y reiteraba que no entendía porque estaba en la clínica, hacía hincapié cuando tenia problemas de conciliar el sueño u otro síntoma relacionado con su medicación.  En cambio sus charlas con Sebastián, eran los lunes y jueves, por ratos más cortos y solo hablando de lo que le pasaba y lo que sentía.
Isabel recibía visita los martes, jueves, sábados, domingos y feriados en el horario de 17 a 19 hs.  La protagonista principal de estas visitas era su hija María y también solían visitarla sus amigos más leales: José, Juan, Mónica, Alicia, Juana y Beatriz entre otros.  Hasta el abogado de la familia la visitó en dos oportunidades.  Isabel esperaba ansiosa las visitas y se sentía mimada y acompañada.  Siempre las visitas eran de no más de dos personas y algunas veces tenían que turnarse para poder ingresar a verla.  Isabel agradecía infinitamente a sus visitas y les transmitia la alegría que le generaba haberlos recibido.  Daba gracias a Dios porque toda esa gente que la visitaba le demostraba que seguía en curso en el “tren de su vida”.
También recibía llamados telefónicos.  Estos eran de 20,30 a 22,00 hs., pero resultaba bastante difícil comunicarse dada la cantidad de pacientes internados que llegaban a casi 80 personas. 
Luego llegó el momento de organizar salidas especialmente para los fines de semana.  Fue entonces que María se ocupaba de armarle lindos paseo, en muchos casos siendo ella misma la acompañante y en otras oportunidades con amigos o familiares.  Isabel disfrutaba mucho de los paseos.  Aprovechaba para caminar, tomar sol, ver vidrieras, tomar café, conocer lugares nuevos o pasear por otros que hacía mucho no frecuentaba como la reserva ecológica, Puerto Madero y Recoleta.  Isabel volvía muy feliz de todas esas salidas.  En muchos casos las sensaciones de euforia se mantenían hasta la noche, inclusive, a veces, le provocaba insomnio.  En otras oportunidades le producía tristeza tener que volver a internarse especialmente porque de regreso la revisaban completamente, hasta le revisaban el corpiño, la bombacha y hasta las plantillas de sus zapatillas, cosa que a Isabel no le gustaba en absoluto.
Noviembre estaba terminando e Isabel continuaba en la clínica,  tratándo de entender el porque y el para que de su internación.  Había cosechado amistades con algunos pacientes.  Ivan, un ilustrador gay con el que compartió el armado de un rompecabezas, escuchó sus cuentos e historias y hasta le escribió frases para que pueda usar en algún proyecto futuro.  Estaba Alejandra, una chica de uno treinta y algo de años, de religión judía, la que le confesó que era lesbiana y que tenía muchos problemas con su familia especialmente con su madre quien decía que no la aceptaba desde que había nacido.  También estaba Roxana, que vivía en el barrio de Boedo, fanática de San Lorenzo y había sido violada por su padre desde los 5 hasta los 15 años.  Otro amigo era Tincho, internado por adicción, bueno, sencillo, generoso, que le decía suegra a Isabel porque le gustaba María y siempre le preguntaba cuando vendría a verla, dado que él no tenía visitas porque no contaba con amigos ni parientes en Buenos Aires.  También estaba Carmen, una señora grande muy coqueta, una artista.  Para Isabel pintaba y dibujaba de una forma increíble, un don maravilloso.  Ella tenía esclerosis múltiple lo que le producía momentos de casi parálisis porque no podía mantenerse en pie y otros en que se ponía a bailar hasta rock & roll.  Había una señorita llamada Bibiana, que contó que escuchaba voces que la llevaban a que se lastime, se mostraba asustada con su relato y no sabía muy bien como manejar la situación.
Después llegaron Alicia y Florencia.  Esta última con una depresión post-parto y delirio místico.  Alicia con una patología bipolar difícil de manejar y de seguir durante su internación.
Para Isabel cada minuto era una hora y cada hora una eternidad y asi lo pasaba conversando con todas estas personas y para que sus días se hicieran un poco más llevaderos.  
En el taller de cine Isabel vio varias películas, que se dividían en dos encuentros y junto con la segunda parte se hacían los comentarios y el debate correspondiente.  Se hablaba mucho sobre los valores que transmitían las películas, era un momento agradable y de muchas emociones, a veces encontradas.
Cuando podía y encontraba espacios, Isabel pensaba que había llegado a la clínica con motivo de una profunda depresión y un cuadro de estrés muy agudo provocado por muchos sinsabores que venía pasando desde hacía muchos años, pero no estaba segura si era eso lo que le había sucedido.  En el afuera, ella no aparentaba estar mal, sólo quienes eran muy cercanos en su entorno, la veían llorar y sufrir por cada paso que intentaba dar para avanzar en la búsqueda de su felicidad.  Nada era fácil para ella, todo le producía o le generaba dudas, sentía agobio por las exigencias de sus seres queridos dado que era sumamente perfeccionista, detallista y muy estructurada.
Todo ese conjunto le habia producido ese malestar que la había llevado a su primera internación en el neuropsiquiátrico.
Era hora de pensar en ella misma y dejar de pensar en los demás. 
También tenía momentos en los que pensaba que tener que soportar todo esto era un tormento y día a día tenia que superar esos momentos interminables.  No era fácil para Isabel acostumbrarse a esa nueva vida pero todo lo hacía en función de estar bien tanto física como mentalmente, porque sabía que aprendiendo nuevas herramientas, era la mejor manera de lograr el alta y poco a poco alcanzar su ansiada meta…la de ser feliz.

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Published on e-Stories.org on 03.01.2015.

 
 

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