Jona Umaes

Se me acaba de ocurrir

 

          Faltan poco para las doce de la noche. He tenido un día duro. Apenas si he dado un respiro a mis posaderas. Esto no es bueno, pero hay días y días. Habré andado un ciento de pasos y el resto quemándome la vista con el monitor del ordenador. Estaba elucubrando qué escribir hasta que la musa me lo ha susurrado, y he pensado ¿por qué no? Faltan unos días para mi cumple y voy a dejarme llevar.

          La música la tengo a medio metro de mi oreja, saliendo de un potente altavoz, del que no voy a hacer publicidad. Hacía tanto que no escribía a mano que no trazo bien las letras. Espero entenderla cuando la pase al ordenador (ya lo estoy haciendo en este momento, así que obviamente la entiendo). Acaba de cambiar la canción y suena genial. Me estoy viendo escribir en el cuaderno a través del reflejo oscuro de la televisión. Ha pasado a ser casi un mero objeto decorativo, por eso me está durando tanto. Para lo que emiten… Creo que es la mejor dieta que he hecho nunca. Veo lo mínimo para no coger kilos, porque comer mirando la tele es lo peor que puedes hacer si quieres guardar la línea. Me estoy fijando en mi reflejo y veo que hay una zona clara donde debería estar mi flequillo. ¡Qué horror! Demasiado espacio abierto. Es que me pelé al 1 hace un par de días. Ya sé que no cuela, pero tampoco deja de ser verdad.

          51 años casi. ¡Si no hace nada que pasé los 40! Los años pasan asquerosamente rápidos. Cuando menos me lo espere, me jubilo. Ayer hablé con un amigo. Está pasando el coronavirus. Estuvo ingresado unos días en el hospital con los síntomas ya agravados de falta de aire y debilidad. El médico lo mandó directo en cuanto se percató que la cosa iba a peor. Ya está recuperándose en casa. Es algo mayor que yo. No quiero pensar que yo tenga que pasar por eso, ¡con lo joven que soy! Pues eso, que hablando con él me comentó que lo ha pasado muy mal y que la recuperación va lenta. Dice que le ha cambiado la forma de ver la vida. Los muros que le impedían ver más allá y disfrutar el día a día han desaparecido. Ahora va a vivir de verdad, como deberíamos hacer todos, en vez de quejarnos tanto.

          Yo también me llevé mi susto hace unos años. No me fui al otro barrio porque Dios no lo quiso. Aún recuerdo aquel dolor tan fuerte en el corazón, el cuerpo cortado y el temblor incontrolable, y con un frío que no se me quitaba por mucho que me abrigara. Estuve a punto de perder el conocimiento, pero me dio tiempo a llamar al 061. “Tienes un corazón de toro” me dijo el médico en Urgencias. Me mandó para casa al rato, después que me inyectaran un tranquilizante. Prefiero no contar detalles de lo bien que lo pasé allí. Ya es agua pasada. Quizás aquello hizo que se acelerase el tiempo, porque no he parado desde entonces de hacer todo lo que tenía pendiente y lo que aún me queda. No me fio de que mañana ya no esté por estos parajes terrenales.

          Delante de mí tengo mi pasado reciente y remoto. Remoto por la vida que dejé atrás, en vitrinas repletas de álbumes de fotos y recuerdos olvidados. Reciente y presente, por: el ordenador sobre la televisión, humildes logros deportivos, algunas de mis fotos en el reflejo de la pantalla, colgadas de la pared, y la bicicleta con cara de aburrimiento, esperando a que la saque de paseo.

          ¿Y todo esto, para qué lo cuento? Pues no tengo ni idea ¡De algo tenía que escribir! ¡Ah, espera! ¡Sí, ya sé! Se me acaba de ocurrir. Si tienes menos de la cuarentena, no creas lo que dicen de la crisis de los 40. No es tan mala como la pintan. ¡Es peor! ... Las palabras malsonantes que estás pensando déjalas para quien las merezca. Yo solo te digo que cojas tu vida de una puñetera vez y empieces a hacer lo que estás dejando para más adelante, porque dentro de poco verás cómo el tiempo se te escurre de las manos y no podrás hacer nada por evitarlo.

          Si eres de mi edad o mayor, ¿qué te voy a contar que no sepas ya? Que no hay nada más saludable que un buen vaso de vino, acompañado de unas cuñas de queso curado y unas lonchas de jamón del bueno. ¿Verdad? Que los viajes son la excusa perfecta para darte cuenta de que no hay nada como tu propia tierra. Si es que ya vamos de vuelta. Si Dios hubiera querido que de jóvenes viéramos las cosas como las vemos con esta edad, sin duda viviríamos mucho mejor, pero es anti natura. De jovencitos parecemos lelos, con mucha energía, sí, pero desaprovechada porque encima somos rebeldes y no queremos escuchar lo que nos aconsejan los mayores, precisamente para que no suframos. Tenemos que experimentar las amarguras y tropezar. “La letra con sangre entra”. Así es la vida. Por otro lado, “que nos quiten lo bailao”, ¿no? También se disfruta, pillamos buenas berzas y le damos caña al cuerpo, que para eso estamos sanos y fuertes. Y es que cada etapa de la vida tiene sus pros y sus contras. Cuando aceptas eso, dejas de echar de menos la juventud, y si eres joven, no tienes tanta prisa por ser mayor. Una curiosidad muy curiosa que leí hace unos años es que la palabra “presente”, aparte de ser un tiempo verbal y donde te encuentras en este mismo momento, significa “regalo”, como bien sabes, o deberías saber (ejem). Así que, asocia ideas, que para algo tienes el cerebro.

          Aunque ya sea una persona de “mediana edad”, no porque vaya a vivir cien años, que todo es posible, sino porque si lo buscas por “San Google”, es lo correspondiente a mi edad. Bueno, realmente es a partir de los 55, así que aún soy joven, je, je. Me estoy yendo por las ramas. Decía que, aunque esté al final de mi juventud, siempre se aprenden cosas. Aprendes hasta cuando estás agonizando en tu lecho de muerte y te enteras de que tu hijo no es tu hijo, sino del vecino que ha venido a verte y nunca te habías fijado que son como dos gotas de agua, en ese momento que los ves juntos. ¿Y qué le vas a hacer? Si te quedan unas horas de vida… ¡Déjalo estar! Eso sí, acuérdate de hacer la peseta a ese cabroncete antes de “picharla”. ¡Mucho cuidado con los vecinos! Bromas aparte, es la pura realidad. Estamos en esta vida para aprender. Conozco a uno que está retomando los idiomas, ¡ya casi a los 51! Pero, ¿a quién se le ocurre? ¡Si la memoria ya está haciendo aguas! Si es que hay cada insensato por ahí suelto... En fin, la intención es lo que cuenta. Nunca es tarde para aprender. Y lee, lee mucho. No tonterías como las que yo escribo, sino cosas serias y que te transporten a otros momentos y lugares. ¡Claro que es posible viajar en el tiempo! Eres un incrédulo si pensabas que no. Lo tenías delante de tus narices y no te habías dado ni cuenta. La “máquina del tiempo” es el libro. La inventaron hace siglos.

          Termino ya esta alocución. No te entretengo más. Que no te quede nada por hacer, que al final, final, uno solo se acuerda de lo que no ha hecho: “a lo hecho pecho”, “que me quiten lo bailao”... Y al amor idílico que guardas en tu interior, dile que siempre la/le quisiste, aunque no se acuerde ni de tu nombre. Claro… ¿¡te vas a callar eso!? Hay que soltar lastre para irse en paz.


 

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Published on e-Stories.org on 21.11.2020.

 
 

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