Jona Umaes

La guitarra

          Después de un año casados, Ana y Pedro pudieron ver a través de la convivencia, esas cosas que solo se pueden conocer cuando compartes tu vida con alguien. Ellos no tuvieron un período de adaptación previo al matrimonio, se lanzaron porque tenían claro que querían estar juntos, pero con papeles, con un compromiso formal y serio. Eso de pasar una temporada conviviendo a ver qué tal iban no entraba en sus planes. Estaban muy enamorados y no había cabida para la duda.

          Ella lo conoció a través de unos amigos comunes, en una moraga. Algunos se encargaban de organizarlo todo y luego ajustaban cuentas con el resto. Mientras unos llevaban para picar, comida y bebida, otros se encargaban de la barbacoa, platos, vasos, cubiertos etc. No podía faltar música, hubo quien llevó también unos potentes altavoces. Pedro aportó su guitarra, siempre le había gustado tocarla y se la llevaba cuando se reunían, para echar un buen rato. En el transcurso de la noche, después de comer y beber en abundancia, quitaban la música fuerte y él se ponía a tocar canciones. Se sentaban en círculo, alrededor del fuego, y mientras algunos le acompañaban cantando, otros se limitaban simplemente a escuchar, ensimismados con las llamas o tumbados boca arriba mirando las estrellas. Los había también que se perdían en la oscuridad en compañía y los que se metían en el agua para refrescarse.

          Aquella fiesta fue el punto de partida de su relación. Desde el primer momento se llevaron estupendamente, ella se quedaba embobada mirando cómo tocaba la guitarra y le gustaba que le mostrara sus nuevas composiciones. Ahora que había pasado un tiempo y conocieron las peculiaridades de cada uno en el día a día, comenzaron a surgir los problemas. Como suele suceder con quien se junta con un músico o artista, lo que en un principio resulta ser atractivo, se vuelve del revés, y no porque deje de agradarle su arte, sino porque las circunstancias cambian e influenciado por otros problemas, ya le resulta hasta molesto. Es lo que le ocurrió a Ana. Debido al mal ambiente en su trabajo, llegaba a casa estresada, y lo que le apetecía era estar tranquila. Escuchar, entonces, como Pedro se divertía con su guitarra le crispaba. Un día le dijo que, por favor, no tocara mientras ella estuviera en la casa. A él aquello le sorprendió, solo veía lo que eso supondría para él y no la razón de por qué se lo decía. Era su forma de relajarse y un momento de felicidad para evadirse, también, de sus preocupaciones laborales. Normalmente los dos coincidían en la casa, una vez terminaba su jornada, así que eso significaba que ya no podría tocar el instrumento si no era yéndose a la calle, para no molestarla.

          El tiempo pasó y Ana recuperó su buen ánimo. La mala racha en el trabajo fue algo pasajero, como suele ocurrir, pero para Pedro ese tiempo supuso un paulatino desánimo que ni él mismo supo a qué se debía. Ana lo encontraba más serio de lo que en él era habitual. Sus mimos le llegaban a cuenta gotas, y cuando llegaba del trabajo y se ponía a ver la televisión con ella, se aburría. Ana estaba preocupada y hablaron del tema, él no supo qué decirle, solo que llegaba más cansado de la jornada y no estaba de ánimo.

          Un día él le dijo que le había llamado un antiguo amigo y que se iban a reunir la pandilla de entonces en casa de uno. Verían el fútbol, comerían pizza y echarían el rato recordando viejos tiempos. Ella no los conocía, pero no le puso pegas, solo que no se excediera con la bebida y que tuviera cuidado a la vuelta. Pedro se alegró de ver a sus antiguos compañeros. Se pusieron al día respecto a sus vidas, algunos continuaban aún solteros. Echaron un buen rato desgañitándose con el fútbol y sin freno con las pizzas. Las cervezas caían una tras otra, aunque él tan solo bebió un par, no era un gran bebedor y se ponía contento con nada que tomase. Después del fútbol, el anfitrión trajo una guitarra y se la entregó a Pedro para que se arrancara por bulerías. Ambos se lo pasaban de miedo de jóvenes, pues el otro tenía una voz prodigiosa en ese arte. El resto los acompañaba con palmas y alegría. Hicieron caso omiso de los porrazos en la pared que daban los vecinos para que parasen, pues ya no eran horas de hacer ruido.

          Cuando Pedro llegó a casa, era ya tarde. Conducía pletórico y riendo del buen rato que había pasado. Antes de salir contestó los mensajes de Ana que se habían ido acumulando sin respuesta. Ella le recibió con cara de pocos amigos.

—¿Qué? ¿Te lo has pasado bien? —dijo ella inquisidora.

—¡Sí, estupendo! ¡Hacía tanto que no los veía! —dijo él exultante.

—Me tenías preocupada. No contestabas a los mensajes.

—No estaba pendiente, además no podía escucharlos. Esta gente son unos escandalosos y luego echamos un buen rato de cante como en los viejos tiempos.

—Ah, ¡Mira qué bien! ¡En tu salsa!

—Sí —dijo él sonriendo—, al principio tenía los dedos agarrotados, pero luego me he soltado de lo lindo. Ha estado genial.

          A Ana se le pasó rápido el mal humor. Él sabía cómo engatusarla, y estaba de tan buen ánimo que quería compartirlo con ella. Esa noche se amaron como tiempo atrás. Aquello le sirvió a Pedro para cargar las pilas y en los siguientes días pareció volver la armonía a la casa. Al poco tiempo, les invitaron a la fiesta de cumpleaños de una amiga de ella. Aún quedaba batería al ánimo de Pedro desde su última salida y fueron de buen talante a la celebración. La casa se llenó de gente, eran muchos los invitados y la pareja se divirtió como hacía tiempo que no lo hacían. Alguien se acordó que Pedro era muy buen guitarrista y preguntó a la cumpleañera si no tenía por ahí una guitarra. Resultó que sí, así que le pidieron que tocara algunas canciones. Ana estaba achispada, como la mayoría, y no dijo nada al respecto. Él asió el instrumento y mientras más manejaba las cuerdas más sus manos parecían avivarse. Todos escuchaban encantados, hasta Ana, que no lo recordaba tocar así desde aquella noche de moraga, donde aún no eran pareja. Entonces, se dio cuenta de que, para Pedro, la guitarra era su alegría de vivir. Tenía muy reciente en la memoria el cambio que había experimentado desde que volvió de la fiesta con sus amigos. También, le sirvió para recordar que fue su arte una de las razones por las que se enamoró de él. Fue una grata sorpresa para ella desenterrar lo que el tiempo y las preocupaciones se habían encargado de hacerle olvidar. Separarle de su guitarra fue lo peor que pudo hacer y la mala racha que pasaron era la prueba de ello.

          Fue una lección que nunca olvidaría y tuvo la suerte que fue la propia vida la que se la enseñó, pues lo común es que la gente olvide las razones por la que eligieron a sus parejas y se empeñen en querer cambiar del otro lo que fue la chispa de atracción que los unió. Ella salvó la situación de casualidad, y desde aquella noche, su matrimonio tomó nuevo impulso. Pedro retomó sus momentos de guitarra en casa, y si ella en algún momento no le apetecía escucharle, se daba un paseo o se ponía los cascos con su música. Era adaptarse o desgraciar la relación. Fue uno de tantos de detalles a los que ambos tendrían que prestar atención, pues igual ocurría en otros aspectos con Ana y entonces, era él que debía amoldarse. Si lanzarse a una relación seria, sin convivir y conocerse bien antes, es como guardar una caja de explosivos en casa, querer cambiar al otro es añadirle una mecha que tarde o temprano prenderá.

 

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Published on e-Stories.org on 01.05.2021.

 
 

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