Karl Wiener

El mosquito y el elefante

 
     Cada uno de os sabe el juego alegro: Los niños están sentado en fila o en circolo y uno de ellos cuchichea una palabra en la oreja de su vecino. Entonces esta palabra se cambia de oreja a oreja y cada uno pasa al siguiente lo que cree de haber entendido. El último llama en alta voz la palabra que ha llegado a él. Porque el proceso pasa de prisa y en voz sussurrando, se forman equivocaciones y errores cómicos.
    Muchas veces la vida está como este juego, pero no es siempre tan divirtiendo. Después de haber prometido discreción se oye decir de un secreto de que no puede saber ninguno. Pero ese secreto no es de valor, si no existe por lo menos  un confidente con cual se puede cambiar miradas expresivas. Porque se ha prometido discreción, el secreto va de boca al boca sin estar pronunciado realmente. Por eso cada uno debe hacer su rima propia de lo que ha entendito, antes de poder pasar la novedad interessante. De esta forma a veces un mosquito minúsculo se converte en un elefante gigante, como la fábula siguiente demostra.  
     Un enjambre de mosquitos había elegido como residencia el prado pantanoso al límite de la selva. No se podía distinguir un individuo aislado de los animales menúsculos, pero se creían fuerte en común. No ostante, aunque vivían a la límite de la selva desde hace muchas generaciones, su interior oscura les hacía miedo y no habían avanzado jamás hacia allí, porque mosquitos juegan habitualmente en la luz del sol. Los sonidos pero, que pasaban durante la noche fuera de la selva, les hacía también curioso. Habrían sabido de gana que cosa ocurre adentro. Entre ellos estaba un individuo que tenía el oído extraordinario. Se dice que oyera toser las pulgas. Era también muy bravo y se ofreció a adentrarse en la oscuridad horrible para explorar los secretos de la selva. Salió tan pronto como era posible y buenos deseos le acompañaron en el camino hacia la incertidumbre.
     No sabemos las aventuras peligrosos que debía sostener nuestro héroe en la selva oscura. Pero su compañeros en el prado esperaban impacientemente a su regreso. El tiempo pasaba y la excitacíon aumentaba . Los mosquitos interpretaban cada ruido que se escapaba de la selva como seña de las actividades de su explorador. Cada vez, cuando gritaba una lechuza cazando o crujia un erizo que daba su paseo en el claro de luna, los mosquitos cuchicheaban de sus hazañas presuntas. De esta manera en la imaginación de ellos el pequeño bicho fue cresciendo a un gran animal que superaba todos peligros.   
     Algún día se oyó de la selva  el ruido de ramas rompiendos y de un animal jadeando sin aliento. Seguramente el explorador estaba volviendo. Los mosquitos se prepararon al recibimiento festivo. Pero afuera la selva vino solamente un jabalí. Eso no puede ser su héroe esperado, porque se habían susurrado en secreto que éste se hubiéra convertido con el paso del tiempo en un elefante enorme. No percibieron el mosquito cansado y solitario, que salió cojeando de la selva y se integró discretamente en el grupo.

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Published on e-Stories.org on 19.02.2008.

 
 

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