Maria Teresa Aláez García

Castigo privado

Soledad.
 Amor.
 Dolor.
 Sufrimiento.
 Curación.
 Lección.
 
 Palabras que llevan una apertura y un cierre triste, melancólico, en la o.
 
 La “o” grave, oscura, semiabierta, silbante de la ese que la precede, como un muro que no acaba de cerrarse. La soledad es así. Es agradecida cuando se desea. Entonces es una soledad relativa. O se está a solas por fuera o a solas por dentro, pero se vive con delicia. Es un respiro y deja pasar agradablemente otro estímulo. No es molesta con el ambiente, con la gente que se aproxima. No tiene malas respuestas. No desea mal y permite la meditación, la contemplación, la observación y la investigación. Incluso se puede vivir en una compañía agradable y silenciosa que comparta una soledad parecida. Es una soledad en compañía, una soledad que comparte ideales o comparte calor humano. También comparte silencios, lugares, escritos, sentimientos. Es muy pero que muy agradecida. Y alegre: alegra el semblante, permite el respiro, ayuda a sobrellevar algunos momentos extraños.
 
 Pero la soledad exterior y la soledad interior pueden unirse. Tras ocurrir esto, la “s” se empequeñece, se cierra. Es Lamento. Agonía. Pone una barrera. Y si esa soledad es producida por el amor, la barrera es mayor todavía. Es esa soledad triste y fría, producto de unas expectativas incumplidas la mayoría de las veces o de una sorpresa desagradable. Puede ser voluntaria o inesperada. Voluntaria cuando no se acepta que algo que se espera no puede ser o no puede llegar y en lugar de pasar a una introspección y aceptar la realidad, se llega a una desesperación que obliga a una respuesta inusitada – sea desproporcionada o no -. Normalmente esta respuesta suele ser la de hacer pasar a otros por el mismo proceso que se ha sufrido con la intención de observarlo como si fuera un animal de pruebas, un payaso en el circo  - sí, con la intención de divertirse para poder suplir la carencia vivida – o de ayudar para poder superar la soledad con la respuesta positiva de la liberación ajena.  La voluntaria es también la que provoca una manipulación de personas inseguras por otras que son iguales que ellas y que piensan que por alguna razón están una posición inferior para poder utilizarlas. Entonces se usa el engaño, la manipulación, el silencio y la ocultación de datos como arma, haciendo víctima al otro de su propia ignorancia. De ese modo se le mantiene por debajo y en vilo para poder hacerlo conejillo de indias de experiencias que pueden llevar algún riesgo. Después se le desecha sin ninguna contemplación ni resentimiento.
 
 La involuntaria es aquella en la cual la expectativa parece real y no se puede romper. La soledad horrible de la persona que espera a un desaparecido, la que padece el familiar de un fallecido o violentado, la de las víctimas de algún desastre natural o artificial. Va acompañada de la sensación de impotencia que también provoca una tensión que domina y mata lentamente.
 
 Esta soledad es cruel porque es dulce. Es una soledad que se vive, que carcome las fuerzas y lo sentidos interiores vivamente sin poder hacer nada por evitarlo. Se usa el llanto, el ejercicio, la lectura, incluso la compañía de los otros pero no desaparece de su lugar, de donde se haya quedado a vivir. Incluso teniendo el valor de vivirla para poder aceptarla, provoca su daño y a la largan la demolición de su víctima. Raro es que este tipo de soledad no provoque un cáncer o un suicidio. Es una manera de asesinar sin riesgo alguno. Quien lo provoca y sabe mentir, abusar, violentar a su víctima, sabe positivamente que acabará con ella sin mover un dedo y su delito quedará impune. La cuestión es saber esperar tranquilamente y la soledad causará su estrago poco a poco, dia y noche, dulce y suavemente, igual al modo en que el agua del mar en la orilla borra las huellas de quienes momentos antes han paseado por allí. La erosión se va produciendo progresivamente. Incluso cuando parezca que se haya superado la crisis.
 
 Amor. El amor, la confianza, la caridad, la esperanza. Es otra arma muy cruel. Es un arma de doble filo porque el que usamos los humanos no es el verdadero amor desinteresado, el que sólo pretende ver feliz a la persona amada sea cual sea su condición y sea cual fuere su precio. Precio, he ahí la palabra. En realidad no se debería de pagar precio alguno pero el ser humano no sabe hacer nada sin vender o comprar algo y usando la moneda que tenga más a mano. Precio. No se ama en realidad. Si nos paramos a pensarlo bien, se codicia, se desea, se antoja, se envanece, se acapara, se adora, se admira pero no se ama. No nos han enseñado a amar ni se hará. Se han enseñado todas las otras palabrejas que más que sinónimos de amor son sinónimos de todo lo contrario. Son antónimos de amor. Son afectos en venta o precios o baremos que nos ponemos nosotros o colocamos sobre nuestros semejantes para ver la medida en que damos para pedir o en que exigiremos para pagar. Se suele exigir mucho, pagar poco, consumir más y dar lo mínimo y de exigua calidad. Pero antes, por si las moscas y para que no se vea la calidad del género, se tiene al otro a pan y agua un tiempo y se le van dando muestras para que cuando beba un trago, le parezca que se ha tomado una botella entera.  Aquí también se aplica la observación, manipulación, etc… De hecho hay quien dice que ni pide ni exige pero sí, lo hace al usar estos verbos porque conoce perfectamente la respuesta que le van a dar. La persona que verdaderamente ni pide ni exige ni da ni paga, no lo dice. La persona que verdaderamente ama no necesita decirlo. No necesita explicarlo. Lo hace y hace que se sienta, hace que llegue al otro. Puede que con mayor o menor fortuna, dado que no es Dios y puede equivocarse. Pero a la larga, quien recibe, más tarde o más temprano, reconoce lo recibido. Desgraciadamente suele ser tarde, cuando ya no hay remedio para compartirlo. Antes están las expectativas, los deseos, las ilusiones, cegándolo todo y presentando mentiras, ausencias, florituras, exigencias que no son reales. Cuando la parafernalia desaparece, aparece el amor, Aparece la prueba de fuego, Aparece lo que uno es realmente, lo que uno puede llegar a ser y a darse, lo que puede llegar a exigir, lo que puede llegar a perdonar. Aquí llega el acomodamiento y normalmente suele amar uno y el otro dejarse amar. El compartir al cincuenta por cien es extraño que ocurra dado que el amor ciega y no permite ver la situación. Claro que depende todo de lo que necesite el otro. Pero si necesita poco, no se trabaja mucho más para que lo pida o por que le llegue al menos espontáneamente. El poco se cobra con mucho, con demasiado.
 
 Dolor. El dolor nos indica cuándo una situación no va bien. Nos habla de una herida en alguna parte interna o externa del cuerpo. Nos habla de algo que no va bien, que no es correcto. En el caso del amor, no hacemos caso del dolor y tragamos lo que haga falta por esa medicina que nos llega de cuando en cuando de parte del otro y por ese pequeño tarro de pócima, se hace lo que haga falta. El dolor nos está diciendo continuamente que aprovechemos, que nos vayamos que esa situación no es la nuestra, que busquemos otra cosa para seguir adelante pero nada de nada. Nosotros nos hacemos caso porque nuestras hormonas, nuestros instintos bajos nos indican otra cosa y es tan fuerte este sentimiento, esta indicación, que nos engañamos. Cuánto nos gusta el engaño para suplir el dolor. Qué duro se hace olvidar el dolor o vivirlo en nuestras carnes hasta no poder más. El dolor es una constante en nuestras entrañas, en nuestro pecho, en nuestra garganta. Es la señal del bloqueo producido por la tensión. Es una caja de metal que se autogolpea  y lo va haciendo a intervalos constantes  y cada vez más fuerte a ser posible. Endurece venas, arterias, órganos internos de tal modo que llega a enquistarlos. Aunque avise, también retiene u obliga a retener líquidos,  a detener procesos que de otro modo se harían ligera y rápidamente. Muchos actos obligan al dolor para una feliz solución. O a pasar algún otro tipo de trasunto desagradable. En multitud de ocasiones se habla de ese dolor que es signo de una curación y avanza que el final está cerca. No es el caso. El presente relato expresa el dolor que parece inacabable, el que arrasa. El dolor de quien sabe, conoce a quién le hace daño, el cómo, cuándo y por qué  y lo permite. Permite la eternidad de ese dolor, permite que otros gocen de ese sufrimiento jocosamente, que investiguen, que emitan juicios, que se entretengan, que pierdan su tiempo el que tienen libre y que no saben cómo utilizar. Porque buenamente el sufridor hace este dolor curativo y creativo y las personas que teniendo conocimiento de dicho dolor no han ayudado a impedirlo o a paliarlo, sino que lo han causado y además se han ensañado con él con el fin de evitarse un dolor mayor, no sólo recuperarán lo que han dado sino que se llevarán otro regalo detrás. Este dolor que el padecido sufre en silencio y niega es el más sufrido y el más devuelto. El dolor de la víctima del bulliyng que si no es cogido a tiempo acaba con la muerte, aunque no con el cinismo, el ensañamiento de nuevo y con la psicosis de quien lo ha causado. El dolor del violado, del maltratado, del acosado a quien intentan culpar y hacer victima de la inconsistencia, ignorancia, mala educación ajena. Ese dolor al final cumple todo su cometido porque se mueve en círculos y suele completar su ciclo.
 
 El sufrimiento. Conjuga al dolor, al amor y a la soledad. Es cáustico, es traidor y traicionero pero es salvador y curador al tiempo. Nos enseñaron del sufrimiento que eleva, que fortalece, que cura, que permite que el hombre suba a niveles superiores que ni imagina. Hay hombres que por mucho que sufren nunca reconocen dichos niveles. Si siquiera hay una certeza exacta de dichos niveles pero el ser humano buscará miles de argumentaciones y teorías así como de falacias para poder probar algo que en conciencia ni siquiera sabe si existe. Ah, lo ha dicho otro. Que se ha gastado una pasta en estudios y en investigaciones y que no sabe ni lo que ha descubierto pero ha tenido una ligera idea y la ha vendido a precio de oro. Que no quiere sufrir, no quiere pasar por el trance de su propia realidad y ponerse ante los demás con sus manos vacías teniendo el valor de decir: no sé, no tengo, no puedo, no hago, no discuto, no pruebo. No se lo puede permitir. No sabe ir en pro de sí mismo y en pro de los que son sus semejantes. Eso enseña el sufrimiento, empatía pero el pretender liberarse del sufrimiento conlleva una negación que hay que reforzar ante todo y por el todo. El sufrimiento marca la medida entre el “quiero” y el “puedo”. También hay distintos tipos de sufrimiento, voluntarios e involuntarios, deseados y soportados, en distintos campos, como el  sadismo, el masoquismo, el sacrificio, el martirio.
 
 La curación. El sufrimiento es un gran cosedor.  Remeda y repara todo lo que los anteriores factores han realizado. Va colocando las cosas en su lugar y recompone, reconstruye. A veces es necesario mucho sufrimiento para ir encarrilando a las situaciones, a las personas, a los sentimientos, al equilibrio. La curación es el advenimiento de la luz, el signo del final. Es la victoria aunque en muchos momentos no se sabe de qué. Es la victoria tanto merecida como inmerecida. A veces el dolor también es victoria. La curación permite dar los primeros pasos, alcanzar lucidez, permite reflexionar sobre lo ocurrido, permite abrir los ojos pero hay que dejar realizarla completa. Mucha gente que ve que sus semejantes llegan a este suceso, se enrabian y lo vuelven al inmediatamente anterior con rabia, sin complejos, porque el hecho de ver feliz a quienes ellos mismos han intentado convertir en una persona más  amargada es un hecho a todas luces inconcebible dado que limitan los derechos de los seres humanos más próximos a los baremos que ellos colocan y pretenden llevarse de ellos lo que puedan aprovechar pero ganar lo que ellos puedan conseguir. Hay que ser cuidadoso con la curación y sobre todo estar fuerte y rodearse de familia bien avenida.
 
 La lección.  El resultado, la conclusión, la parábola, el colofón. A final del proceso siempre se puede sacar algo que sirva para alentar a los demás  y para que uno mismo sepa cómo actuar en esos momentos donde se adueñe de uno lo imponderable, la extrañeza, las vicisitudes, los problemas, la intolerancia, la madurez  la desesperación.  La lección será el recurso a utilizar ante tales momentos, la solución encontrada, la salida esperada. Pero esa lección a veces deberá revisarse y pasar por momentos similares para irse regulando y reparándose, madurando. Entonces será cuando realmente merezcan la pena los sustantivos que encabezan este texto  y el que sigue a continuación.
 
 Tristeza.
 
 Se separa de las demás por no llevar ni cierre ni apertura en “o” sino en “a”. Al menos permite la salida de las lágrimas. Aunque en ocasiones la tristeza se presenta con una boca cosida y las puntadas que cierran la boca, forman su dibujo. La tristeza amarga aún más la soledad, da un valor al amor en cualquier sentido, aumenta la calidad del sufrimiento, juega con el dolor y es la marca más vívida de que se ha aprendido una lección. La tristeza se vive incluso con alegría pero suple al dolor o lo acompaña en cualquier estado. La tristeza es chivata, porque se deja ver cuando uno menos se lo espera. Cuando el cuerpo está embriagado de tristeza, siempre hay una mácula o una marca que lo indica: unas comisuras tristes, unos ojos lejanos, unas manos flojas, un pelo sin peinar, un cuello descuidado, una letra caída, unos párpados molestos o con picores, un mareo. La tristeza viene con el mar: es salada. Cuando el mar se ha cansado de borra huellas de las inexperiencias de los hombres, se ha cansado de ser cómplice de su amor o de sus atrocidades, entra y se hace parte del hombre para ayudarle a reconocer el bagaje que le ha dejado. Entonces el interior del hombre se hace lago, se hace fuente, mana, llora, se inunda de aquello que lanzara al mar y le hiciera retenerlo. Y las mismas huellas que un dia el mar eludiera en un intento amigo de dar fuerza al hombre en la peculiaridad de su destino, es llevada por el viento hacia sus ojos que en mar se convierten cuando la conciencia trae al hombre en momentos determinados, la evocación de aquellos tiempos.
 
 Distinto es que lo manifieste. Hay quien hace de sí mismo un mar. Hay quien mira hacia el viento para devolver al mar las sales de sus entrañas y hay quien bebe de sus mismas lágrimas, ignorando su mal, su bien  y los ajenos y pasando sobre la tierra del mismo modo que si un pedazo de roca o un riachuelo fuera: sin pena ni gloria pero dejando rastros y secuelas de la herida hendida sobre la carne ajena.
 

 

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Published on e-Stories.org on 27.05.2008.

 
 

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