Durante dos días
con esta hoja ha permanecido parapetada ante mí, en blanco. Dos días. Dos, dos días. Dos días anónimos, perdidos entre otras letras, dibujos, fotos, libros, nervios,
desazones… Dos días sin ti.
No me importa el
tiempo que no he descansado. Ni siquiera el estómago reclama lo que es suyo. Si
en algún momento realiza una pulsión, es por inercia. No por necesidad.
No me importa
tampoco la desazón del pecho. El dolor, La angustia. Son procesos que se han de
seguir en la vida, que han de existir y subsistir para que sepamos que todo no
es siempre feliz y perfecto. Que es nuestro destino. Que tenemos una deuda que pagar ante quienes
son como nosotros y no sólo con palabras. También con hechos. “Obras son amores
y no buenas razones.”
Pero sí me importa
algo: no sentirte.
Quizás no te he
sentido nunca. Será que me miento a mí misma y del resultado de esta mentira,
sale un estímulo que me llega de ti y que espero volver a enviarte. Algo bueno que me resisto a perder porque cuando lo
pierdo… se vuelve todo blanco y aparece otro parapeto en forma de cuartilla.
Puede ser.
Es posible que
continúes con tu vida, con tus silencios. Con tu melancolía, tu ordenador y tu
música. Con tus paseos nocturnos, con tus risas maravillosas, con tu constante
preguntar, con tu pesimismo existencial, con tus recuerdos, con tu café de
madrugada y con tus bromas, con tu atención sin precedentes y tu ilusión
repleta al ver esa conexión tan
esperada. Con tu crítica de lo visto y lo dejado de ver, tus presunciones y tus
disparidades, con las imágenes que suben y bajan escaleras en tu mente y tu
teclado, con tu búsqueda de ti mismo y
tu graciosa manera de perder la corriente,
Puede ser que
nuestras vidas sigan dos derroteros paralelos y que nunca se encuentren. Y que
un abismo separe esos derroteros, un abismo lleno de negros prejuicios, imposibles nefastos, alambradas sociales, heridas que sangran lava corrosiva, oscuridad sin fin y levantado en su entorno un
mar de dudas, de desconciertos, expectativas distintas y fingidas donde se
pierde la esperanza y el muro blanco se coloca de nuevo ante mis ojos.
Pero…
Las conjunciones
adversativas también tienen su papel en este mundo y a menudo, son deliciosas.
Pero existen soluciones
y si no existen, se piensan. Existe la esperanza y si no, se busca. Existe la
lucha y si no, se provoca. Existe la revolución y si no, se convoca. Y aún hoy con el corazón triste y duro como
una piedra, temeroso, insalvable, algo hay que me hace pensar en ti.
En medio de una
selva de incomodidades y amarguras, ví aparecer un candil y una llama. Y pensé,
no sé por qué… “¿Qué estará haciendo ahora?” Nada, quizás dormir, leer, meditar
o dejar llevar sus pensamientos a través de su almohada, hacia alguien que los
recibirá con ansia o con cariño.
De repente el
corazón se me llenó de ternura. Y sonrió.
Recordé entonces que esta tarde fui al parque y vi el
cielo. Un cielo de un azul como ninguno he contemplado en esta tierra. Un
atardecer de colores firmes y sediciosos. Incluso entre las nubes, las
borrascas que los problemas originan y las adversidades que la vida nos pone
para que no nos aburramos. Estaba sentada en un banco de madera de color
oscuro, arreglando algunas cosas en mi bolso y trató de esquivarme una sonrisa
que tomaba una piruleta de limón y que se sintió un poco comprometida, puesto
que para ella las piruletas se acabaron hace muchos años. Pero no hice caso de
su travesura infantil sino de la alegría que me causaba su saludo y entonces,
el embarazo desapareció como por ensalmo.
Charlamos y al
seguir ella su camino, mi vista la acompañó y vi el cielo…
Y en el cielo, te vi.
a ti…
Y fue tan profundo…
tan profundo…
Tan profundo que
hasta me ruboricé por mí misma. Cómo soy capaz de sacar a la luz del dia esos
momentos que sólo pertenecen a ciertas horas de la noche..
Me quedé sin habla.
Sin mente, Sin pensamiento.
Es que te vi… y no
sé si sonreí y todo… Pero vamos, como miraba a la piruleta que seguía su
camino, no se notó demasiado. Lo sé porque ella, sonriendo igualmente, me hizo
un gesto cómplice de adiós con la mano y se marchó radiante. Sé que yo quedaba
más alta que ella, que había bajado la rampa del parque y cruzaba la carretera.
Creo que eso no se
me va a olvidar en la vida.
Pensándolo fríamente,
creo que fue una imagen de mi cerebro cansado y mal alimentado que respondió a
una necesidad vital de ser feliz. Pero
es que después, me sentí contenta, contentísima. Llena de luz, rica, inmensa
dentro de mi pequeño corazón y su gran coraza. Sentí que las pequeñas cosas son
las más caras y las más ricas y no les damos ningún valor. No sé, quizás fuera
otro engaño de mi cerebro pero las escasas hojas de los árboles del parque
parecían tener un color más intenso. Y el olor de la brisa marina era más agradable. La arena que llegaba desde la
playa era tierna, suave, no molestaba. Pensé en una vida tan sencilla, con
tanto que tenemos en nuestro entorno y que no apreciamos… los colores de las
casas, el Puig Campana tan imponente, la gente que se apresuraba en mi entorno,
la Creueta, mirando el paso de los siglos en su falsa posición, mis manos
suaves al contacto con la arena, el mercado tan blanco y algunas caras tan
serias… contrastes. Solamente sin moverme de allí tenía para, seguramente, dos
o tres años o más, temas de reflexión, de comprensión, de enriquecimiento
gratuito y de muchas esperanzas.
Si eso es lo que me
llega desde ti, está claro que los
abismos por muy insondables que sean, se pueden salvar de un modo u otro. Y que
aunque en la realidad nunca una mano se coloque en el arrullo de la otra, hay
otras sensaciones que enriquecen la existencia y dan a la vida un valor al
alza.
Y si no es así,
aunque esa ilusión fuera para otra persona… bendita sea la vida por permitirme
saber que aún existe la felicidad y que tiene continuidad durante muchos,
muchos años.
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Published on e-Stories.org on 16.01.2008.
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