Maria Teresa Aláez García

Regalito para Fffff... errrr... la luz de dios.

I

Hoy he salido a la calle para realizar un paseo.

Hoy es sábado.

Es dia 28 de febrero de 2009.

A las ocho de la mañana he abierto los ojos. He podido ver.

Mis oídos han captado un sonido que parecía venir desde el teléfono que sonaba en esos momentos con una sucesión de notas musicales que si hubieran estado dibujadas en el pentagrama, se las habría escrito en distintas posiciones, unas más altas, otras más bajas y con el cuerpo de la nota dibujado en negro o señalado con una línea blanca. Con o sin plica. Con o sin corchete. La duración era distinta. El timbre era mecánico y metálico y mis oídos percibían esta sucesión muy bien. A mi cerebro, no sé por qué, enviaban una señal para que produjera una respuesta dolorosa. Con lo cual mis piernas, repentinamente, se movieron hacia el lado de la cama donde se encuentra el suelo para hacer girar el enorme grueso grasiento de mi cuerpo y motivarlo a levantarse. Esto creo que lo hicieron moviendo impulsos eléctricos – o a saber de qué tipo – o con una reacción química de hormonas y encimas, haciendo que mi sistema nervioso se estirara y contrajera, provocando un ascenso de mi torso y colocando los muslos y el vientre en posición de sentados para, posteriormente y con gran rapidez, colocar mi cuerpo en la posición de pie, con los pies separados y en una preparación para salir corriendo, accionar los músculos de mis manos y mis huesos para agarrar el auricular del teléfono y responder.

Pero dentro de la respuesta cerebral no entraba la respuesta vocal ni mi cuerpo, aún en algunas de sus zonas, relajado, dado que el estímulo que ha llevado a despertarlo no ha sido natural – es decir, llevado por el final del descanso – sino que ha sido artificial, estaba preparado para pensar y ofrecer dicha respuesta. Así que ha sido otra. Dejar sonar el teléfono, levantar el auricular y dejar descolgado el teléfono de modo que si una persona pulsa mi número de teléfono en las teclas del suyo y por medio de los cables de fibra de vidrio se transmiten los impulsos eléctricos que por medio de los ordenadores que tiene la compañía de telefónica en sus oficinas, llegan a conectar con mi número de teléfono, recibirá como respuesta la señal de que mi teléfono está comunicando.

A continuación me dirigí hacia el cuarto de aseo.

Debido a que hay niños delante – de mí – y que no han de leer ni visualizar ningún contenido que sea pernicioso para su salud mental – me consta, tras haber leído blogs determinados y algunas listas de correo determinadas que también algunos de los lectores tienen esta mentalidad infantil que tanto caracteriza a los niños entre 0 y 14 años  y que puede resultar dañada por no entender algún contenido que puede resultar nocivo para sus sentimientos, contrariar sus ideas preconcebidas e insultar sus fundamentos culturales, ideológicos y sociopolíticos fuertemente arraigados en su cerebro cosidos con sedal de pescar – y adultos demasiado sensibles, inseguros o con ganas de bromear mucho,  omitiré la descripción de las tareas realizadas en el cuarto de aseo. Baste decir que tras un tiempo de reloj medido y determinado, salí con la piel y otros órganos que han de estar bajo la presión de la luz solar o de la fibra de ropa, aseados.

A continuación me dirigí pisando los azulejos del pasillo y procurando no tocar las paredes que son de color ocre y pintadas con la técnica denominada “gota”, hacia el comedor. Omití que antes, para ir al aseo, también iba pisando el suelo sobre las losetas pero no con los pies desnudos sino con un calzado igual al que se usa para trabajar en los edificios médicos, clínicas, geriátricos, guarderías, etc… y que permite facilidad de movimiento, ausencia de resbalones en el caso de que caiga agua al suelo y  firmeza si se ha de correr.

Me dirigí hacia el comedor, donde había dejado preparados, sobre la mesa, tres vasos, tres cucharillas, la leche, el café, el paquete de cacao, las galletas, yogurt y agua. Solamente me serví un vaso de agua, cogiendo la jarra con la mano derecha y aguantando el vaso con la mano izquierda. La jarra y el vaso son ambos de cristal y el agua es un mineral en estado líquido, incoloro, inodoro e insípido. La jarra dejó discurrir el agua hacia el vacío, es decir, permitió que la fuerza de la gravedad actuara sobre el agua, atrayéndola hacia la tierra. No puedo explicar cómo se produce esta atracción porque aún se investiga qué es lo que coge el agua o lo que sea que el centro de la tierra atraiga con la fuerza de gravedad para llevarlo hacia ella pero todos conocemos que lo que cae al suelo es debido a esta causa.  Tuve el acierto de poner el vaso justo entre el chorro de agua y el suelo para impedir que el agua mojara todo el suelo y me lo ensuciara o limpiara – según el punto de vista de la persona que estuviera mirando – y así el vaso que está construido con cristal que tiene una dureza y una resistencia mucho más elevadas que el aire, intervino para acoger al agua y el agua se dejó caer dentro del vaso, tomando la forma del mismo. Algunas gotas, no puedo explicar por qué, cayeron hacia el suelo pero ya les digo, esto está siendo investigado. Unas sí sé que cayeron por haber encontrado el borde del vaso en su camino y haberse desorientado. Las otras por no haber movido el vaso con la suficiente rapidez como para alcanzarlas y el resto cayó dentro.

A continuación como mi lengua encontraba su superficie seca y mi garganta también, enviaron al cerebro el mensaje correspondiente de ausencia de lubrificación por medio de los jugos necesarios producidos por las glándulas salivares – no por otros ni por otras – y el cerebro dio la orden pertinente a mis cinco sentidos. El sentido del tacto había sido tocado con el agua así que informó convenientemente de que había líquido en mi entorno y el cerebro mandó la orden de que la mano cogiera el vaso, lo acercara a mi boca, que mis labios abrieran y que dejaran pasar el agua.

 

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Published on e-Stories.org on 28.02.2009.

 
 

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