Jesús Aguilar

La Carretera Oscura

Di una vuelta en la oscuridad solitaria, la carretera se había alargado más de lo que creí que podía, y ahora estaba en una encrucijada preguntándome qué camino tomar. Sabía que él estaba atrás, pero sospeché que atrás era el único camino que podía tomar. Fue lo único que se me pasó por la mente. El cielo ya no estaba estrellado detrás, o por lo menos, no lo veía yo de tal forma. Los árboles, todos grises y de largas ramas, oscurecían el cielo, sin dejarme ver lo que arriba estaba.
La neblina era ahora espesa, pero supe que ésta "encrucijada" realmente sólo tenía dos caminos, uno hacia adelante y uno hacia atrás.
Suspiré y volteé la cabeza, tratando de distinguir si ÉL seguía allí... Observé, en la lejanía, una silueta de lo que parecía alguien. Di un suspiro, cansado, y tratando de pensar en qué camino tomaría.

Aquello no había comenzado en tal lugar... O no exactamente, sino que había comenzado mucho antes, en un lugar donde los árboles aún eran suficientes como para cerrar el camino, pero unos árboles que permitían ver un hermoso, silencioso y misterioso cielo estrellado. Siempre he sido fanático de la soledad, siempre desde que aprendí que ese es el único y verdadero lugar en el que uno puede realmente estar. Uno nace en ella y en ella vive. Sólo que hay ramas que no te permiten verlo.
A veces ramas se cruzaban en mi camino. Las ramas son malas, de eso estoy seguro. Múltiples veces he chocado contra ellas, pero en ese momento, no le daba importancia, pasaba bajo ellas, sobre ellas, o moviendolas, sentí un sonido, único en la oscuridad y el silencio. ¿Sería lo que estaba buscando? Las ramas de los árboles empezaron a moverse y un frío viento recorrió mi espalda. No. No era quien buscaba. Era sólo la soledad, el lugar donde yo estaba. Las ramas de los árboles empezaron a hacerse más grandes, y empezaron a cubrir el estrellado suelo. El camino era monótono y gris, con un par de cruces y desniveles, pero que solía ser siempre un camino cerrado por árboles. El camino, me dí cuenta, cada vez se hacía más angosto. No sabía por qué, pero no le dí importancia. En un momento llegué a observar la corteza de un oscuro árbol, garras estaban marcadas en ellas...
No le dí importancia, cuando una persona está en busca de alguien, a nada le importancia, aunque éstos detalles podrían ser bien una causa predominante de lo que sucederá.
En cierto momento, el cielo desapareció entre un grupo de ramas, escuché un grupo de pájaros que empezaban un largo viaje, y supe que lo más probable fue que yo estuviera llegando al fin del mío.
Y entonces vi una mariposa. Una mariposa que destacaba entre la monotonía de la noche, entre el gris de los árboles y la muerte que presentaba casi todo el paisaje en sí. Una mariposa que destilaba soledad, y al mismo tiempo, simpatía. Traté de correr por ella, pero las mariposas vuelan y son muy rápidas para aquellos que corren. Todavía recuerdo como era. Una mariposa azul, con puntos carmesí en sus alas, y un puntillo único mora en uno de los límites de sus alas que le daba un sentido de ser algo único. Único porque destacaba entre el gris de la noche. No la pude alcanzar, y más bien me cansé en su búsqueda y decidí darme por vencido, no la encontraría. Se había ido. Eso pasa, me dije.
Continué caminando en el largo sendero, y el camino se hizo más corto de acuerdo al camino. Entre tanto, cada vez sonidos más extraños provenían de mis alrededores, de los árboles, árboles que sentía me miraban.
Un largo grupo de ramas estaba al final. Un gran y único grupo de ramas. No podía pasar sobre ella, estaban muy altas. No podía pasar bajo ellas, llegaban hasta muy bajo. Supuse que no me quedaba más que regresar. Y ese fue mi objetivo. Hasta que vi a la liebre.
La liebre no era blanca, sino que era gris como el paisaje en sí, pero era la única con la que me había encontrado aparte de la mariposa. Pero la mariposa se había ido y no había tenido la oportunidad ni de contactar con ella. Me acerqué a la liebre y me detuve un momento a acariciarla, ella entonces, después de ello volteó y empezó a correr fuera del camino. Entre los árboles. Me dije que era lo único que me quedaba, y que ya era muy tarde para volver. Si volvía, podía chocar contra una pared. No me gusta chocar contra paredes. Lo sé. Me ha pasado un montón de veces. Caminé fuera del sendero en busca de la liebre.
Y entonces me dí cuenta que no había vuelta atrás. Fuera, había por lo menos un poco de luz, pero aquí, entre los árboles, no había ni la mínima de ella.
El camino se sentía húmedo, como si recién hubiese llovido. Me mantuve un momento pensando en lo que haría, pero fue entonces cuando lo sentí. Ví una sombra, de algo que parecía ser un hombre. Me mantuve inmóvil y traté de tranquilizarme.
No supe que hacer hasta que escuché su gemido, algo que parecía ser una imploración, el sonido del dolor, del sufrimiento y la angustia. Una neblina espesa observé que aparecía, y supe que si me quedaba mucho tiempo más allí, esa cosa me llevaría como a muchos se ha llevado. Corrí en la oscuridad tratando de observar en vano en el camino. Miles de veces me golpeé contra ramas y matorrales salidos, en ocasiones rasgandome la cara. Pero no pensé que estaba completamente perdido hasta que caí por el resbaladizo.
En uno de mis pasos en falso, en una de mis caídas, en uno de mis momentos de mayor temor, resbalé en un clase de desnivel que daba a un voladero. Sin darme cuenta empecé a rodar a base de golpazos por él, sin sentirlo en ocasiones, sintiéndolo más que nunca a veces. Pero no gemí. No me lo podía permitir.
Aquél que gime es débil, me habían dicho hace tiempo. Ahora tal frase trataba de seguirla en todo momento.

En cierto momento, no se cuando, me dí cuenta que ya estaba lo más abajo que podía.
No sé si en cierto momento quedé noqueado entre los múltiples golpes, o simplemente lo olvidé, sólo sé que hay un gran espacio en blanco que empezó cuando estaba cayendo colina abajo y que terminó con el sentido de la mojada grama.
Todo era oscuridad, algún grillo cantaba su fúnebre historia lejanamente, pero no me importó lo más mínimo. Traté de levantarme, pero se me hizo difícil.
Cuando finalmente lo logré me fijé que seguía en un lugar entre la oscuridad y la maleza.
La oscuridad y el silencio es algo que tomo por desconocido, y lo es. No sé por qué, pero hay algo en ella que me gusta. Quizá la existencia de lo desconocido. La humedad aumentaba, en contraste con un gran frío que sentía, aunque estaba sudando. De repente, un ligero gemido sonó. Era ÉL, sin duda alguna. Aquél del que todos huyen, y otros miran todo el tiempo. Aquél que no es la Muerte sino alguien mucho más tenebroso y vengativo. Él gimió, en la oscuridad, y supe que estaba cerca, y que me debía alejar de él. Que debía llevar un paso delante de él, después de todo, a nadie le gusta que El Tiempo pise sus talones. Huí, con la mayor velocidad que pude, pero me golpeé contra una pared que estaba entre dos árboles, esas paredes que están de repente cuando no ves bien y lentamente. En ocasiones todo es así. A pesar de la urgencia de la situación, nada se soluciona a menos que veamos todo lentamente...
Traté de hacer dicho acto, palpé en mi alrededor en la oscuridad, y sentí algo musgoso, traté de rodearlo, y ésto me permitió ver algo más. Una luz. Luz que provenía del cielo estrellado en un espacio que había entre las ramas.
Me acerqué a él, y miré arriba, las estrellas seguían arriba, impasibles, silenciosas y tranquilas, viviendo su turno de guardia como todos lo hacen. El sonido del grillo aumentó, y me dí cuenta que estaba junto a él. Lo saludé, pero no quizo siquiera mirarme. Le pregunté si habría visto a alguna liebre, pero no me habló. Entonces algo pasó junto a mí. No era ÉL, sino otra cosa. Una mariposa. La mariposa que había visto mucho antes, corrí en su búsqueda, todavía en el silencioso camino. El canto del grillo me acompañó en su búsqueda, que a pesar de que había sido grosero, no podría odiarlo por tal acto. Corrí entre los árboles, buscando a la mariposa azul, y en cierto momento, ví un claro. Tuve que subir una colina para poder llegar a él, y me dí cuenta de que en el suelo, unas marcas de liebre se asomaban.
Cuando logré pasar a través del claro, me dí cuenta de que volvía a estar en el camino, pero también que ÉL estaba más cerca que nunca, a veces ÉL pasa más rápido, o más lento, pero en aquél momento era cual montaña rusa. Voltee a observar mis alrededores, y era el mismo camino por el cual había venido. Aquél raro camino gris. Sólo que había una excepción. Estaba del otro lado de las ramas. Y junto al grupo de ramas que cerraban el paso, estaba la liebre.
Pero ya no quería a la liebre, no después de lo que me había hecho pasar. A quien quería ahora era a la mariposa, que a pesar de que volaba y yo caminaba, al estar con ella podría quizá volar. Caminé a la dirección contraria, continuando mi camino, y dejando a la liebre sola en la oscuridad. No antes me despedí. Sabía que no podía odiarla por lo que me había hecho, después de todo.
El camino cada vez se hacía más oscuro, y había más niebla, pero también parecía que no llegaría a un final nunca. Entonces, me detuve a observar correctamente, el camino se prolongaba en lo que parecía la infinidad. Sabía que detrás de mí podría estar ÉL, pero tenía que hacerlo. Volteé, preparado para cualquier evento que podría suceder.
... Y ya no estaba en el bosque oscuro.
El cielo estaba estrellado, y había llegado al final de un largo camino. Detrás de mí, los árboles dejaban de ser tan largos y oscuros, pero seguían siendo grises. Delante de mí, se alargaba todavía un camino, pero un camino de cielo estrellado. También me dí cuenta que la mariposa volaba en tal dirección.
Pensé en que a lo mejor ella me llevaría a donde me llevó la liebre, o me trataría como el grillo, pero supe que no sería ninguna de ellas.
Aún así, y no sé por qué, tenía miedo de seguir a la mariposa... Quizá en el camino habría alguna pared y habría caminado tanto para nada. ¿Era la mariposa quién tenía que buscar, después de todo?
Me dí cuenta que quién tenía que buscar dependía de lo que yo quisiese y no de lo que me habían dicho.
Di una vuelta en la oscuridad solitaria, la carretera se había alargado más de lo que creí que podía, y ahora estaba en una encrucijada preguntándome qué camino tomar. Sabía que él estaba atrás, pero sospeché que atrás era el único camino que podía tomar. Fue lo único que se me pasó por la mente. El cielo ya no estaba estrellado detrás, o por lo menos, no lo veía yo de tal forma. Los árboles, todos grises y de largas ramas, oscurecían el cielo, sin dejarme ver lo que arriba estaba.
La neblina era ahora espesa, pero supe que ésta "encrucijada" realmente sólo tenía dos caminos, uno hacia adelante y uno hacia atrás.
Suspiré y volteé la cabeza, tratando de distinguir si ÉL seguía allí... Observé, en la lejanía, una silueta de lo que parecía alguien. Di un suspiro, cansado, y tratando de pensar en qué camino tomaría.
Después de haberlo elegido, me dirijo hacia el camino. No sé si es el correcto o el falso. Si me espera la mariposa o la pared. Si me espera ÉL o la liebre. Si me espera el bosque el claro o el grillo solitario. Sólo sé que tomé mi decisión.

Escrito por Jesús Aguilar. 13 Años.
23/11/12

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Published on e-Stories.org on 25.11.2012.

 
 

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