Si me arrancas todos mis defectos…
Mucho antes de que los almendros se hicieran viejos y los pueblos grandes, existió la aldea Glemsel. Tan pequeña y adentrada en los bosques, que hasta su propio reino la fue olvidando con el tiempo. Así, el alcalde, que generación tras generación heredaba el cargo, terminó siendo la máxima autoridad. Tres senderos de difícil paso llevaban hasta el pueblo, y los aldeanos, tildados de ironía, les pusieron nombre: olvido, indiferencia y abandono.
La singular situación, sin soldados de la guardia real ni decretos que, aun vagos y añejos, llegaran a aquellas tierras, les obligó a crear sus propias leyes para conservar el bienestar. Los residentes de comportamientos delictivos, de pensamientos extraños o el mínimo brote de maldad, eran exiliados a un cercano valle llamado Onde. Con los años cada vez fueron más los repudiados como castigo, y crearon su propio pueblo, con sus familias y sus leyes. Así, aquellos que su comportamiento era extraño, de conducta bondadosa o demasiado correcta, eran expulsados a la aldea de Glemsel donde se les acogía con fervor.
Semejante actitud durante cientos de años consiguió un equilibrio perfecto entre las dos aldeas. Ningún lugareño visito jamás el pueblo vecino, tan solo venían para quedarse o marchaban para no volver nunca más.
En los últimos centenarios los dos poblados se preguntaban lo mismo del contrario: ¿Dónde estaba situado su Tavs? Esto era un lugar destinado a crear y preservar la esencia de los difuntos. Nadie recordaba ni cuándo ni cómo se inicio semejante culto, pero era lo más importante para cualquier familiar que hubiera sufrido una perdida. El elaborado proceso comenzaba enterrando la mitad de una enorme tinaja de barro en la tierra del Tavs. En el interior se depositaba el difunto, semillas concretas y el aceite de una caña llamada Kaldet Livet. Tras semanas de espera el barro de la tinaja filtraba la esencia de su interior, nutriendo la tierra de su entorno. Sin ninguna explicación, pero era justo ahí donde crecían en abundancia las flores tilbage. Pequeñas plantas de puntiagudos pétalos blancos. Estas conservaban el aroma del difunto más próximo, que era recordado por los familiares y amigos al olorarlas.
No eran necesarios disponer de nombres ni indicaciones, cada ser querido reconocía el aroma de la abuela, de su padre o de un amigo. Al inspirar los recuerdos surgían casi palpables con una intensidad asombrosa. El mejor momento para recoger las tilbageera al amanecer, aunque no todos pensaban igual, pues muchos familiares encontraban tallos cortados en ocasiones, seguramente de amigos desconocidos para ellos.
Un día sucedió lo inesperado; desde la aldea de Onde manaba una fina columna de humo rojo que se difuminaba en el cielo. Era la señal pactada por sus ancestros. Uno de los pueblos solicitaba comunicarse con el otro. En Glemsel todos estaban desconcertados, poco se explicaba en los antiguos escritos; El encuentro se debería realizar a mitad del camino que unía las dos aldeas. La hora era la misma en la que se creó la columna de humo, pero al día siguiente para dar tiempo a los preparativos.
¿Qué querría aquel tumulto de delincuentes e indeseables? Jamás había sucedido nada igual desde la época de las fundaciones. ¿Sería una trampa para algún maligno engaño?
El alcalde meditó preocupado quien debería acudir a tan grave cita. Alguien paciente y perspicaz, que evitara enfrentamientos y no se dejara embaucar. Pensó en utilizar la casa del debate, pero no daría tiempo al proceso. Los protocolos de dicha casa eran todo un ritual. En un inmenso salón se citaba a todo el pueblo, un orador exponía el problema a tratar; tal vez un juicio por un delito, una ley nueva o una calle a construir. Al fondo del salón existían dos puertas opuestas, ambas daban a salones más pequeños. Por una accederían los propicios a la idea expuesta y por la otra los opositores. Una vez cerradas las puertas, los aldeanos elegirían a un orador para defender su postura, compartirían sus argumentos con él y le ayudarían a convencer de que su idea era la mejor. Más tarde, quizás días, el orador de cada salón accedería al otro para persuadir a los rivales ideológicos. Tras escuchar a los defensores todos tornarán al gran salón para votar.
De pronto recordó a Kender, aquella anciana de mirada picara que paseaba observadora por las calles. No hablaba mucho, pero sus escasas palabras siempre eran acertadas y agudas. El poblado estaría conforme con ella, pues la habían elegido como oradora varias veces en la casa de debate.
Próxima estaba la hora, la anciana comenzó a cruzar el irregular sendero con pasos cortos y arrastrados, ayudada por una retorcida rama que le servía de apoyo. No era un camino fácil, ya que a parte de los castigados por las aldeas, por allí solo pasaban animales perdidos. Inspiró el aroma de la tilbage que pendía de su solapa, disfrutó el olor a canela, a lana y a ropa recién planchada, y el recuerdo de su madre le dio fuerzas.
Pronto su gastada mirada divisó a un joven que caminaba hacia ella. A pocos pasos ambos se detuvieron y el muchacho se presentó:
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Published on e-Stories.org on 18.04.2013.
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